Su mecanismo se ríe de ti, de todos nosotros. Hay que terminar con ellos, nos están contaminando con sus minutos, nos adormecen con sus cuartos, las horas nos ahogan. Créeme, tú eres pequeño y sabes menos de la vida, yo ya he pasado por muchas dictaduras de esferas y manillas que ahora estarán oxidadas.
¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!

sábado, 17 de noviembre de 2012

UNA REVELACIÓN



En la galería, una sala pequeña, bastante oscura, había poca gente. El pintor no estaba. Sobre un taburete, folletos. Me guardé uno, dirigiéndome al primer cuadro con el mismo recogimiento con el que se comulga. En cuanto Xaime llegó, viéndome frente a su «Costa da Morte», me dijo que lo había pintado en cabo Touriñán, el más occidental de la península ibérica, y no el de Finisterre como se decía.
Eran brochazos despreocupados que, cuando te alejabas, cobraban realidad. Me confesó el toque impresionista, y algo expresionista, que algunos críticos de arte habían visto en su obra.
Yo solo veía la fuerza, la rabia, de ese mar contra las rocas. Le pregunté sobre ello. Sin contestarme, siguió con los críticos. Miré el cuadro alejándome un poco a la izquierda. En segundos, atrapé el significado simbólico. Trascendía detrás de esa luz sobre la ola más cercana; la espuma tan blanca. Reflejaba la lucha de dos poderes. Aunque uno de ellos fuese desgastando, poco a poco, al otro, y pareciese el más fuerte, no lo era, porque roca y mar eran la misma cosa; el hombre luchando contra la sinrazón de su propia existencia. Xaime me contaba cuánto tardó en pintarlo, la vida tan dura del artista. La «náusea» nos acechaba, pensé, sin poder escapar, porque formábamos parte de ella; nosotros éramos la «náusea». Me vi formando parte de ese mar y esas rocas. Nada se podía hacer. El mar era la humanidad luchando contra un muro; su propia existencia.
«Hay pocos genios», continuó, mientras yo me imaginaba a Van Gogh, saliendo de madrugada al campo, con sus lienzos volteados por el aire, y a Kafka, de regreso del trabajo, escribiendo en una mesa pequeña frente a una pared gris.
Salí de allí con la sensación de que el descubrimiento de ese acantilado alegórico no podía revelarlo a nadie. Sería como destapar una olla exprés antes de que se enfriase. Sufriré por todos, me dije, sonriendo a San Manuel.
                                                                            



7 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta!!

Erasmo Shallkytton dijo...

Um belíssimo texto. Parabéns!

Eva María Medina Moreno dijo...

Muchas gracias, Erasmo.

Anónimo dijo...

Precioso texto amiga Eva. De hecho todos los textos de tu blog son brillantes.

Axel Blanco Castillo

Eva María Medina Moreno dijo...

Muchísimas gracias, Axel, me alegra que te gusten mis escritos. Un saludo.

Britannia dijo...

Ese cuadro es la materialización del romanticismo. Nunca he encontrado una mejor descripción visual del movimiento.

El narrador@ podría haber sido pintado dentro de ese mismo cuadro, pq esa tormenta de brochazos despreocupados parecía ser un espejo de lo que lleva en su interior.

¡Interesante visita a las percepciones del narrador!


Eva María Medina Moreno dijo...

Muchas gracias por tus palabras, Britannia. Muy interesantes tus comentarios. Saludos.