Su mecanismo se ríe de ti, de todos nosotros. Hay que terminar con ellos, nos están contaminando con sus minutos, nos adormecen con sus cuartos, las horas nos ahogan. Créeme, tú eres pequeño y sabes menos de la vida, yo ya he pasado por muchas dictaduras de esferas y manillas que ahora estarán oxidadas.
¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!

viernes, 26 de julio de 2024

"UNA FOTO EN MAGDALENA PALACE" POR VIRGINIA MARTÍN REVUELTA

                                                                                                             A Pilar 
                                    y a mi tribu de la casa habitada 

 

 Llego algo congestionada y casi con la lengua fuera. El camino de ascenso al palacio es tan hermoso como empinado, y que te inviten a una recepción en estos tiempos, sin un coche de caballos o siquiera de manivela esperándote a la entrada del recinto, no tiene el mismo glamour de hace un siglo. “Quizás tendría que haber cogido un taxi, a ellos sí los dejan subir hasta la escalinata”, considero, mientras hago una pausa para recobrar el aliento.

Dirijo primero mi vista al mar, al horizonte verde y azul que se extiende frente a la fachada. Respiro hondo, ha amanecido un día bellísimo, límpido, con el cielo apenas cubierto por algodonosas nubes de verano. Luego me giro hacia el edificio de principios del siglo XX, majestuoso, regio, elegante. Solo unos metros me separan de las escaleras y creo distinguir dos figuras familiares. Cuando alcanzo la explanada principal, al final de un sendero bordeado de pinos y tamarindos, unos brazos me saludan. En efecto, son Carmen y Raquel, a las que conocí durante mi primer curso en la Menéndez Pelayo, hace ya unos años. Queremos ponernos al día en unos pocos minutos y casi nos robamos el turno de palabra. Estamos emocionadas, las tres hemos recibido la misma carta en papel de alto gramaje, decorado con un estampado de estilo victoriano, que nos invita a la presentación del reciente libro de Pilar Adón, nuestra querida profesora. 

 —Menuda cuestecita. A punto he estado de decir al de seguridad que soy una ponente, para que me permitiera acceder con mi propio coche. Pero luego he pensado que no estaría bien mentir con tanto descaro —les digo con una sonrisa maliciosa.

 —Ni se te ocurra. Acuérdate del karma, —me guiña un ojo Raquel— te podría suceder como a la protagonista de Hablar con viejas y terminar acunada en brazos de un gigante peludo.

 Nos echamos a reír recordando la lectura del curso pasado. Me encanta el sentido del humor de Raquel, tan agudo e inteligente y, sobre todo, su sonrisa amplia que te hace sentir como si estuvieras en casa.

 —No os entretengáis —dice Carmen señalando el reloj, con voz firme pero amable. Carmen es mi referente a la hora de encontrar las mejores lecturas y la persona con mayor devoción a la literatura que conozco. Un pozo de sabiduría. 

 En el vestíbulo del edificio nos espera una mujer de silueta fina. La reconocemos al instante. Le brillan los ojos cuando sonríe. “¡Es Marisol!”, decimos las tres a una. Tras los besos de bienvenida, me fijo en que lleva una tarjeta prendida a la solapa de su chaqueta con el logo de
irredimibles.com

 —Me han pedido que reciba al grupo y os reúna en la sala de billar, donde nos haremos una foto todos juntos antes de que comience la presentación del libro. Algunos se han quedado desperdigados visitando el palacio ¿podéis acompañarme a recogerlos? El tiempo apremia y le he preguntado a un hombre muy amable, con el que me he cruzado en uno de los pasillos, si podría hacernos la foto. Subirá dentro de diez minutos —nos resume a toda velocidad. 

 “Cómo se nota que Marisol es mediadora social”, pienso, “qué haríamos sin ella para organizar estos eventos”. 

 Por el pasillo continúa explicándonos más detalles de la cita. Estamos invitados los participantes del curso que impartió Pilar en julio del año pasado. Sin duda, la mejor compañía para este evento tan emocionante. Mientras charlamos, desvío sin querer mi atención a las espléndidas lámparas de araña que cuelgan de los techos de la primera planta y admiro la rica decoración de las estancias que vamos dejando a nuestro paso. 

 Junto al ascensor encontramos a Mar y Javier, que han llegado de Madrid in extremis. Al parecer está a punto de salir una segunda edición del libro de Mar, pues ha sido un éxito de tirada, y Javier, especialista en el tema, la asesora sobre la impresión del grabado que aparecerá en la siguiente portada. 

 Antes de subir a la segunda planta escuchamos unas voces que proceden de un salón abierto a nuestra izquierda. Es el salón de familia, presidido por un elegante piano de cola en el centro. Al asomarnos, descubrimos a dos mujeres vestidas de griegas que gesticulan mientras declaman unos versos. Son Vera y Maru, ensayando para el recital escénico de esta tarde en el Paraninfo, y se ponen de acuerdo en el orden de intervención. Vera ha elegido su poema “Vengo de los mares del Sur” porque cuadra a la perfección con la Penélope de Maru. Les recordamos que deben subir en cinco minutos para no perderse la foto, que no hace falta que se cambien de ropa, pues están de cine. 

 Como el ascensor es algo estrecho, me ofrezco a subir por las escaleras y así de paso curioseo por los dormitorios, que han quedado semiabiertos durante la limpieza. Con la luz del sol resalta el barniz cálido de los muebles, pero el crujido de los listones de madera bajo mis pies presagia ciertas noches de insomnio. Sobre todo, si tienes tendencia a dar rienda suelta a la imaginación con los ruidos de la oscuridad. 

 Cuando pasamos a la sala de billar, el resto del grupo espera dentro. Apoyado en el escritorio con cubierta de mármol, Almilcare traduce al castellano uno de sus textos mientras espera que comience el acto. No le gusta perder ni un minuto, y menos aún a Marco, su hermano, cuyo leit motiv sobre el paso del tiempo es el tema dominante de su nuevo poema, “Las horas”. A su derecha, Lola, que viene de Badajoz, lo lee en voz baja y sonríe. Está feliz tras el éxito de visitas de su web página72.com, y nos lo transmite con esa mirada suya tan radiante. 


 Unas voces se agolpan al pie de la terraza. Varias compañeras debaten animadas acerca de la importación del leísmo a los hispanohablantes de América Latina y, en cuanto las alcanzamos, nos ponen al corriente de las novedades. Adela ha organizado en Berlín, donde reside, un taller literario de autoras alemanas que escriben sobre casas, mientras que Lula nos regala una traducción propia del catalán al castellano de un poemario de Emily Dickinson, para que disfrutemos de una versión más fiable y rigurosa. Lola Jiménez ha decidido crear un concurso de microrrelatos basados en sagas familiares y Eva tiene chiribitas en los ojos, porque quiere revelarnos una noticia bomba: ¡al fin le han publicado su novela y en su editorial favorita, ni más ni menos! Tras los “hip hip, hurra”, caigo en la cuenta de que, sentados en un sillón orejero tapizado a rayas, nos miran los jóvenes del curso, tan discretos y atentos como siempre. Alejandro lo observa todo con sus ojos redondos y bien abiertos, Iris nos desarma con su expresión risueña y Oier, a punto de doctorarse, se abanica rítmicamente con una revista de la UIMP doblada en dos, tratando de combatir el calor húmedo que se cuela por la terraza. 

 —Falta gente —comenta en alto Marisol. 

 Entonces entra por la puerta Carlota, apurada por el retraso, seguida de Ricardo y Justo, que nos piden disculpas con la mirada y explican la causa de su demora. Ha habido una confusión en sus invitaciones: a Carlota la han convocado en Caballerizas y los otros dos compañeros vienen del Faro. Menos mal que se lo han tomado con humor. Después de todo, no hay mal que por bien no venga, y, de vuelta al palacio, Carlota ha encontrado el final convincente que necesitaba para uno de sus relatos. Por su parte, Ricardo nos cuenta que quería leernos del tomo de geografía cántabra unas curiosidades sobre la península de La Magdalena, pero, por azares del destino, lo ha perdido en su última mudanza. 

 


Desde la terraza se oyen las voces de las chicas: 

 —Ya os decía yo que la UIMP sigue un poquito desorganizada —no distingo quién de todas habla. 

 —El espíritu de Kafka nos persigue —apostilla Eva, con sonrisa pícara.

 —Bueno, lo importante es que el grupo está al completo —añade Marisol. 

 —¡Pero si falta Pilar! —exclamamos varios al unísono. Me fijo en que, sobre la mesilla donde se apoya el ordenador, hay algo escrito en un pequeño papel de color neutro. Lo cojo instintivamente y lo leo en alto. Es una nota de la profesora, con indicaciones para llegar a otra estancia. Nos miramos sorprendidos. Marisol nos guía por los pasillos hasta una puerta que no habíamos visto jamás. 

 Entramos expectantes y pronunciamos frases de admiración y asombro. Se trata de la cocina del palacio, una enorme habitación cuadrada decorada como antaño. En el centro hay una mesa rectangular de madera maciza de roble, con varios platos de loza y envases transparentes que parecen contener hojas de papel mezcladas con algunos alimentos que no alcanzo a distinguir. Un letrero apoyado en la parte delantera de la vajilla reza así: “El señor Bloom comía con deleite los órganos internos de bestias y aves”. Veo entonces el contenido de los tarros, son mollejas, tajadas de hígado, menudillos y otras vísceras. Nos fijamos en que hay más letreros desperdigados sobre la mesa con palabras inglesas: haunted, sentient, enchanted, uncanny, todas ellas relacionadas con el tipo de casas literarias que vimos en el curso pasado.

 De pronto, un sonido de puertas al cerrarse lo inunda todo y se escucha una voz en off. Es la voz de Pilar, que procede de algún lugar que no alcanzamos a ver. 

 —Bienvenidos, queridos alumnos y alumnas de La Casa Habitada. Os preguntaréis qué está sucediendo aquí. Veréis. El curso pasado regresé a mi hogar con la sensación de que no habíais sacado todo el provecho posible a mis clases, por no hablar de los muchos que os fuisteis a la playa en lugar de leer y escribir los textos propuestos. De modo que os he reunido aquí, en la cocina, el alma de cualquier casa, para solucionar este problema. Pueden caer los andamios, pero siempre quedará ella, la cocina, para afirmar el alma. Mi intención es recluiros en este espacio de creatividad con todos los ingredientes necesarios para que me cocinéis un verdadero relato sobre casas habitadas, pero… cuidado con no confundir los términos —. Aquí se detiene un instante, coge aire y prosigue: 

 —Seréis mis eternos invitados —. Las palabras, una a una, ruedan por la sala como si fuesen piedras. 

 Giro instintivamente la cabeza en busca de Iris, necesito que me refresque la memoria, recordar la diferencia entre casa sintiente y casa hechizada. Estoy hecha un lío. Noto una ligera angustia interior que reflejan también los ojos de mis compañeros. 

 —Me lo temía —susurra Raquel— tiene el síndrome del Quijote. Tanto leer y escribir sobre atmósferas oníricas, opresivas y naturalezas inquietantes le ha hecho perder el juicio.

 —Pobre Pilar, y ahora ¿qué hacemos? —responde Carlota, muy sentida.  

Miramos a Justo, que se encoge de hombros y se disculpa con un “no está en mi mano curarla, soy un simple epidemiólogo nutricional”, quitándose importancia. 

 Noto gestos desmayados a mi alrededor, pero nadie reacciona. Siento ganas de chillar y, sin embargo, no logro emitir sonido alguno. Mis extremidades permanecen inmóviles. Me viene a la cabeza una frase del libro de Pilar y cobra sentido. Resultará más fácil salir de la casa si me quedo en la casa. Nos ha encerrado en su propio espacio literario. Suspiro.

 Tras un largo silencio se escucha una voz detrás de la puerta. —Pilar, ¿estás ahí? Soy Enrique. Una alumna tuya me ha pedido que os haga una foto en la sala de billar, pero no encuentro a nadie —. El silencio continúa. 

 De pronto, las puertas se abren de forma automática y Enrique, el marido de Pilar, nos mira perplejo. Por detrás de la alacena sale Pilar, pertrechada con una bandeja llena de canapés y copas de champagne. 

 —¡Sorpresa! ¿Qué os ha parecido mi broma? Si es que sois un grupo maravilloso. Enrique, por favor, ¿nos haces una foto de recuerdo? Me encantaría enseñarte luego unas cenefas pintadas en varios dormitorios que seguro te inspiran para la próxima portada de Impedimenta —dice con voz cantarina. 

 Y así fue como nos hicimos la foto que deposito ahora en mi mesilla de noche, junto a la almohada. 

                                 

                                       Santander, 12 de julio de 2024 

                                             Virginia Martín Revuelta

jueves, 18 de enero de 2024

MOSAICO DE BARR(I)O MOVEDIZO, DE SALOMÉ BALLESTERO

"b.-este libro habla de lo cotidiano 

   1. de pastillas para la psicosis verde. 

   2. del cartón de leche gris semidesnatada. 

   3. de los tarros de compota amarga rellenos de naranjas hacia ninguna parte." 



Una obra de teatro que es un poema, un poema con tantas voces y escenarios que es un teatro, el intento de una novela que no sabe el orden: instante y continuidad. 







Salomé Ballestero nos regala un barrio, Carabanchel, con sus gotas de café, su basura sin esconder en los portales, las personas bellamente racializadas y el hospital, lugar de inicio, cura y fin.


Pieza Rara: poema y teatro Autora: Salomé Ballestero Prólogo: Luz Pichel Ilustraciones: Andrea López Montero 144 páginas, 22×14 cm.  Cubierta: papel verjurado ahuesado con solapas. Para adquirir el libro pincha en el siguiente enlace:

https://piezasazuleseditorial.com/2023/12/26/mosaico-de-barrio-movedizo/



lunes, 12 de octubre de 2020

"RELOJES MUERTOS" EN EL BLOG DE MAE



"
Esta es la primera novela de Eva María Medina, que fue publicada en 2015 por la editorial Playa de Ákaba. Su segunda novela quedó finalista el año pasado en el prestigioso premio Herralde."


"En mi opinión, el punto fuerte de esta obra, lo que la hace diferente, es la manera excepcional de la autora de desgranar la amalgama informe que el protagonista tiene en la cabeza; la realidad se mezcla constantemente con las alucinaciones y los recuerdos. En algunos momentos el lector no puede distinguir lo que es verdad de lo que es paranoia y, precisamente, eso es lo que más me ha gustado: sentir, al igual que el protagonista, que el mundo es un escenario completamente delirante del que uno no puede escapar."

Mayte Blasco

Para leer la reseña completa:

https://elblogdemae.com/2020/10/11/relojes-muertos-de-eva-maria-medina/



lunes, 13 de noviembre de 2017

OVACIÓN Y VUELTA AL RUEDO




 En una sala fría, un hombre serio, con bata y guantes blancos, observa a una serpiente con la cabeza machacada. El hombre pone música clásica. Coloca al reptil en una posición ventrodorsal y, con un bisturí, hace una incisión desde el cuello a la cloaca. Suda. Suda mucho. Frente, cejas… Con la manga de la bata, se quita el sudor. No dañaré ningún órgano, piensa. Con pinzas y tijeras, separa piel y músculos. Lo hace con mimo, casi con cariño. Al terminar, admira su trabajo. Limpia la mesa y coloca una lámina de corcho del tamaño del animal. Encima de la lámina sitúa el cadáver. Coge unos alfileres gruesos y pincha la piel, uniéndola al corcho. Despacio, con paciencia; siguiendo el curso de aquel cuerpo alargado. Primero, el lado izquierdo; después, el derecho. Al concluir, hace unas fotografías. Apaga la música y enciende una videocámara. Comienza la grabación. Expone las características del ofidio, añadiendo que ese ejemplar les llegó con la cabeza machacada. «Normalmente mueren de causas naturales.» Señala los órganos. «La tráquea», dice, «está formada por anillos cartilaginosos incompletos, su porción ventral es rígida y el extremo dorsal es de naturaleza membranosa.» Fija la vista en el pulmón derecho y lo señala. «Casi abarca todo el cuerpo.» Secreciones, mucosidad, un color blanquecino demasiado rojo. Mira a la cámara y habla de ello. Problemas respiratorios, piensa. Muestra el izquierdo, más pequeño, diciendo que el funcional es el derecho. No así en el resto de reptiles. Con las pinzas mueve el corazón, mostrando ventrículo y aurículas. «Esta movilidad», indica luego, «facilita el paso de la presa por el esófago». Se imagina cómo esa telilla tan fina, se dilata y por ahí pasan ratones, sapos, pájaros… Una digestión que puede durar días, incluso meses. Muestra el tubo digestivo; de la boca a la cloaca. Explica que el jugo gástrico de las serpientes, al tener un pH muy ácido, le permite digerir los huesos de sus presas. Con las pinzas palpa el estómago, que tiene aire dentro. Se fija en unos puntos blancos, posibles parásitos, y hemorragias. Más golpes, piensa. «No hay cuerpos de grasa. Está muy por debajo de su peso. El hígado parece sano.» Sitúa la vesícula biliar junto al páncreas y el bazo. Muestra dos riñones lobulados. Al dar con los ovarios, comenta que es hembra y explica las diferencias. Añade algo sobre los intestinos y se despide. 
Apaga la videocámara. Se enjuga el sudor y pone la música. Cierra los ojos. Los arpegios lo envuelven. Se quita los guantes y se acerca al reptil. Palpa los anillos cartilaginosos de la tráquea. Tan flexible, tan elástica. La rodea con los dedos y se ríe, mostrando unos dientes pequeños. Luego, hinca sus uñas y aprieta. De un tirón, la arranca. Se lleva un extremo a la boca y, con los dedos ligeramente arqueados, toca. Allegretto. Tres por cuatro. Laa sol si la sol si laaaaa sool fa sol fa mi reeeee… Cuando se cansa, tira la tráquea al suelo y escruta el cadáver. Coge las pinzas que mueve como si dirigiese una orquesta. Detiene el brazo y, fijándose en la víctima, lo extiende como si blandiera una espada. Clava las pinzas en el hígado. Una y otra vez, hasta despedazarlo. Quedan trozos pegados a sus dedos que se limpia con el trapo. La melodía le deprime. Hay que seguir, seguir… Ahora agarra… las tijeras y trocea la vena cava. Se excita. Imposible parar. Mete los dedos en el estómago. Acaricia sus paredes musculares. Aplasta con los nudillos la vesícula biliar, ese saco verde que le repugna. Extirpa ovarios, riñones, páncreas y bazo. Luego, taconea sobre las masas viscosas con zapatos grandes y negros. Oye los aplausos. Escucha los oles, que braman. Se debe a su público. Coge los instrumentos. En la mano izquierda, las tijeras; en la derecha, el bisturí. Acerca las manos y alza los codos. Se sitúa frente al animal. Con los pies juntos inclina el cuerpo hacia un lado, da un salto, y clava tijeras y bisturí en el tubo digestivo. Aplauden, gritan. Saluda a la afición. Sujeta el trapo por la espalda con ambas manos, da medio giro, y lo levanta deslizándolo por el lomo de la serpiente. ¡Olé! El hombre se pone de rodillas con el trapo extendido sobre el suelo. Lo alza pasándolo de izquierda a derecha sobre la cabeza del reptil. ¡Olé, olé! Se levanta y saluda. Gritan su nombre, lo quieren. Tras un pase de pecho, sabe que no puede retardarlo más. Coge el bisturí y se concentra. Mira a la serpiente. Le corre un sudor frío. El estoque de muerte. Se lo debe. A su público. Se lo debe. Segundos, apenas unos segundos, y el hombre atraviesa el corazón del animal y lo extrae. Oye los vítores, las ovaciones. Se pasea por la sala empuñando el bisturí con el corazón ensartado. La multitud agita pañuelos blancos. El presidente otorga la lengua. El hombre abre la boca aporreada de la serpiente, estira la lengua del reptil y le da un tijeretazo. Rodea la mesa de zinc alzando la lengua bífida. El público brama. Le tiran claveles, tangas rojos, negros que coge y huele mientras piensa en la próxima disección.


                                                                                      

miércoles, 12 de abril de 2017

ENTREVISTA EN "NARRATIVA BREVE"


Francisco Rodríguez Criado: Relojes muertos es una novela intensa, volcada en el estudio psicológico de personajes intempestivos, algo así –creo yo– como un ensayo narrativo sobre los oscuros recovecos de la psiquis. La novela nos permite asomarnos desde un balcón cercano a los mundos interiores, tormentosos, de personajes rayanos en la locura. Me gustaría saber de dónde procede tu interés por la locura (al menos como tema literario), y en qué te has apoyado a la hora de retratar psicológicamente a los personajes del libro. 
Eva María Medina: Que consideres mi novela como un ensayo narrativo sobre los oscuros recovecos de la psiquis, me halaga. No recuerdo dónde leí que los temas, las historias eligen al autor, y no al contrario. En la escritura el inconsciente juega un papel relevante, llevándonos por caminos que nunca pensaríamos que transitaríamos. A mí este tema siempre me había interesado, muchos de mis relatos —como «Tan frágil como una hormiga seca» y «Ser el otro»— comparten esta misma obsesión.
Me preocupa esa línea tan fina que existe entre cordura y locura, lo fácil que es traspasarla y verse al otro lado. Me inquieta el sufrimiento de los enfermos mentales, el rechazo social, lo difícil que es la convivencia con ellos, el ostracismo al que la propia enfermedad y la sociedad los retrae, la frustración del que quiere ayudar y no sabe cómo… Quería ponerme en la piel de un esquizofrénico, hacerme las preguntas desde dentro del personaje, y contestarlas, o intentar hacerlo, dejando puertas abiertas para que el lector libremente las cruzase.
Para conseguir meterme en la piel del personaje principal, y de algunos secundarios, para crear personajes verosímiles, tuve que documentarme sobre las enfermedades mentales, en especial la esquizofrenia. Me fueron de gran ayuda ensayos como Sobre la locura de Fernando Colina o Genio artístico y locura. Strindberg y Van Gogh de Karl Jaspers, donde su autor desarrolla un estudio comparativo de las trayectorias vitales y artísticas de Strindberg, Swedenborg, Hölderlin y Van Gogh, incluyendo una indagación estricta sobre las relaciones entre locura y creatividad artística. Sin embargo, fueron los libros de ficción que abordaban este tema los que más me influyeron. Grandes novelas como El atestado de J.M.G. Le Clézio, Mi alma en China de Anna Kavan, Huida a las tinieblas de Arthur Schnitzler, Sophia de Colin Thubron, Delirio de David Grossman, Inferno de August Strindberg, Alguien voló sobre el nido del cuco de Ken Kesey, Delirio de Laura Restrepo, y Tierra de David Vann.
Estas y otras lecturas me acercaron al problema subrayándome aspectos de su psique comunes en estos enfermos: sus alucinaciones (sobre todo auditivas), el desdoblamiento que pueden llegar a sufrirsu relación directa con un ser superior, que suele ser Dios, llegando incluso a sentir a ese ser superior dentro de ellos («Una especie de religión se ha creado en mi interior», nos cuenta el narrador protagonista de Inferno de Strindberg). Alteraciones en la percepción: objetos que se trasforman y les hablan, «una farola canta» en Inferno; «el blanco, al moverse, se animaliza. El negro se negrifica» percibe Adam, el personaje principal de El atestado de Le Clézio, el cual también escucha «el murmullo de una caída vecina de motas de polvo, en alguna parte debajo de un mueble.» Se creen víctimas viviendo un destino prefijado; carteles, señales, anuncios o sueños predicen su destino. Reciben malos o buenos augurios. A veces se sienten dirigidos por otra persona. El loco, al igual que el alcohólico, tiene momentos de una afinada cordura, pero también sufre embotamiento. Manía persecutoria, vértigo, mareos, angustia, insomnio, obsesiones, miedos, premoniciones, ansiedad, ira, tendencia a discutir, violencia y desinhibición (se impone el inconsciente, rompiéndose el encorsetamiento civilizatorio) suelen formar parte de su vida.
El psiquiatra y ensayista Fernando Colina en su libro Sobre la locura nos explica:
«En su polo esquizofrénico, en cambio, es el temor al contacto con el otro, vivido como invasor y maléfico, lo que le arrastra a la soledad pasiva y al desinterés por el mundo. Pero también el esquizofrénico puede reaccionar en sentido contrario, cuando a veces se agita y se disocia en una vertiginosa movilidad que no encuentra motivación».


Para leerla completa: https://narrativabreve.com/2015/03/entrevista-a-eva-maria-medina.html